martes, 24 de septiembre de 2013

La playa

Madre mía con la palabrita… Playa por aquí, playa por allí…
¿Qué demonios es eso? Quizás se pueda comer o en su defecto destrozar y escupir…
Ese ha sido mi estado durante todo el mes de julio mientras escuchaba a mi dueña mencionar cientos de veces esa palabra.
Resulta, según mis descubrimientos posteriores, que en Madrid no hay de eso, por lo cual tuvimos que entrar en una máquina realmente compleja y cómoda para ir a otro lugar que si tuviese esa cosa que yo aún no sabía que era.
Llegamos tras una breve de siesta de 4 horas, que me supo a poco. Al bajar de la máquina transportadora noté un extraño olor que no supe identificar.
Tras dejar nuestras cosas y mi comida en un lugar desconocido, procedimos a andar unos pocos metros y pude ver un asombroso espectáculo:
Una gran acumulación de agua en movimiento y mucha arena. No entendía muy bien esa combinación, ya que yo estoy acostumbrado al charco del parque de los patos rodeado de césped.
Yo quería acudir al gran charco, pero mi dueña no me lo permitió. Según me ha explicado no se nos permite la entrada a esa zona a ningún animal, y más específicamente a nosotros los perros.
Esto es un asunto que me toca considerablemente la breva, y ante lo cual voy a ladrar un rato.
Para empezar, quisiera saber quién es el estúpido que ha tenido brillante idea.
Que yo sepa, la arena y el agua no son propiedad de nadie, por lo cual yo tengo derecho a pisar dicha zona.
Según el cartel, que se repetía a lo largo de todo el camino de arena, ¨Prohibido animales¨. Y ponen la foto de un perro. ¿Tienen ustedes algo en contra de nosotros los cánidos? No podían poner a un pavo o a una vaca (que conste que no tengo nada en contra de ellos, bueno contra el pavo puede que si).
Pero lo que más me indignó de todo es que no se nos permite entrar principalmente para que no ensuciemos dicho lugar. ¿Y qué pasa con la señora comemanzanas que tiró el hueso a la orilla y se largó tan fresca ella? ¿Quién mierdas no le prohibió el acceso al agua al señor/a que tuvo la cara de hacer salir a Obama de la Casa Blanca en el mismo agua para luego verlo flotar mi dueña? Podía haberle dado una bolsa de las verdes mías, porque uno siempre va con ellas a mano para recoger la mierda.
En fin, dejo este tema ya, está claro que los guarros no somos nosotros.
Realmente a mi ese cartel me da bastante igual… Porque puedo decir que me he pegado unas carreras por la arena que ni Cristiano en el Bernabéu. Ahí os zurzan leyes absurdas, y para que os quede claro no me he meado ni cagado allí, para eso prefiero los cubos de basura o el propio cartel de “Prohibido animales”
Me da bastante igual que usted, señora que no tiene nada mejor que hacer a las 7 de la mañana, me grite que perros en la playa no, porque como comprenderá no hay gente a la que yo pueda molestar con mis carreras a esas horas.
Bueno, continúo contando mi experiencia en el charco. Como mi dueña es algo estúpida y siempre obedece todas las normas, andamos un poco hasta llegar a una zona en la que no había ningún cartel, y ahí que nos metimos todos al agua, incluyendo a la rata de Oli.
La sensación, buena, he descubierto un nuevo poder/habilidad que poseo y es el de moverme dentro de ese charco sin la ayuda de nadie, solo la de mis patas. Según el humano dicho poder que he desbloqueado recibe el nombre de “Nadar”.
Sinceramente, todo iba bien con ese charco, hasta que de pronto, no se muy bien por qué, se rebeló contra nosotros y quiso luchar. Quizás la culpa fuese de Oli, el siempre tiene la culpa de todo. El asunto es que el charco nos abofeteó con un ataque llamado “ola”. En todo el hocico. Bueno, solamente es agua, pensé en aquel momento. Y como ya tenía algo de sed, procedí a chuparme la trufa… Santo bretón! Que sabor tan asqueroso, en la vida he probado algo igual, hasta el pienso está más bueno que eso.
Desde ese día y durante el resto del tiempo que permanecí en aquel lugar, no he accedido a volver a meterme en dicho charco. Sus poderes son demasiado fuertes para mí, y no tengo la menor intención de provocar otro combate más.
Hoy hace una semana desde que regresé de aquel lugar. Lo echo algo de menos, pero sinceramente, no hay nada como la comodidad de tu cojín y tu cama.
Toca admitir que se han acabado las vacaciones, y que a mí me toca pasarme los días durmiendo en mi blandita cama mientras la afortunada de mi dueña vuelve a estudiar y trabajar para traerme a mí más huesos y tarrinas de comida húmeda. Si, a Oli también se los trae, pero él no cuenta.
Feliz vuelta al cole, humanos.

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